Todos los géneros musicales populares tienen su asesino. La salsa tuvo a Frankie Ruiz, el vallenato a Diomedes y probablemente el reggaetón tendrá a Bad Bunny.
No es una cuestión de que el género se acabe ahí y que materialmente deje de producirse, sino que existe una suerte de desvanecimiento de los valores que una vez orientaron su existencia para dar paso a unos “nuevos”, que a su vez serán determinados como dominantes por la cultura hegemónica.
La salsa comenzó como un género de nicho por lo menos en Cartagena. Allá estaba el vacile de los picós de salsa o ‘salseros’, en los que cada dj ponía los LP más raros que se había podido levantar y el que tuviera uno repetido era marica.
El vallenato fue rural, se hizo popular por el deambular de sus juglares, luego pasó a ser institucional con los festivales de acordeón, y ahora viene Silvestre y se pega en las nalgas.
La muerte de la que hablo no es como un infarto, que el tipo cae ¡pu! ¡pa!, sino como de una enfermedad renal. El médico manda un tratamiento, te mejoras, pero con cada sesión tu vida se va, porque con cada viaje es más difícil sostener la existencia sin la ayuda de las máquinas.
Eso no solo le pasa a los géneros musicales, yo creo que es una dinámica de la vida o, más bien de las epistemes creadas por las culturas. Cuando un cuerpo de conocimiento llega a su máxima expresión, el único camino que le queda es marchitarse.
En la antigüedad ese proceso era material: un pueblo imponía su potencia cultural a través de la conquista, como lo hizo Alejandro Magno con la cultura griega en Eurasia. Con ello se establecían en el sometido los estilos de vida convenientes para los señores que ostentaban el poder dominante, lo que implicaba la desaparición de los estilos autóctonos y con ellos, progresivamente, de la cultura que los produjo.
En la posmodernidad la extinción de un universo cultural no es tan drástica como en la antigüedad, porque no es necesariamente un espacio físico lo que se conquista, sino los corazones de la gente.
Ya no es como antes, cuando todas las expresiones culturales estaban condicionadas por un hegemón regional, sino que existen influencias blandas mediadas por los intereses del siempre omnipresente capital. Puede incluso ocurrir que las expresiones no sean propias del gran poder, pero les pertenecen económicamente.
Deja y lo explico bien. Cuando los centros de poder económico se pillan que una expresión cultural “conquistó” los corazones de los “consumidores”, invierten en su crecimiento para ganarse la luca que viene del negocio en sí mismo, sin importarle al dueño las implicaciones políticas -en sentido amplio- de la propagación de esa “nueva” manifestación.
Pero ahí hay un lío: los productos culturales no son como el jabón, que uno compra Protex porque es ‘el de siempre’ o del Ara, porque es más barato. Los productos culturales son escogidos por sus consumidores en razón a los sentimientos que en ellos despiertan. Estos nimales no son una elaboración única y auténtica del artista “creador”, sino que son condicionados por la historia de las personas que los escuchan -caso de la música- y, en general, de la cultura en la que germinó su nacimiento.
La plena es que Diomedes rompió el vallenato, pero cuando ya ese género tenía por lo menos 4 generaciones que se lo habían parchado. A lo largo y ancho de la Región Caribe existían festivales vallenatos, casetas, y parrandas en casa de los señores: políticos, ganaderos, traquetos, etc.
Esos vaciles generaron vínculos emocionales de las personas con la música. Como es el caso de mi papá, que recordaba que cuando hacía el año rural salió un vallenato que casi sonaba que lo habían “visto llorando sacando una muela” o mi abuelo que se gastaba las ganancias de un negocio de venta de ganado macho en una parranda con Luis Enrique Martínez, porque se le daba la gana.
Un producto cultural no es un átomo intocable, que solo depende de sí mismo o del meke que tenga cada artista individualmente considerado para “pegar”.
Ahora todos hablan de Benito y de J. balvin, pero el reggaetón es un movimiento con más de 20 años y un origen mucho menos glamuroso que los patines actuales: videos con estéticas horribles, escenas locales que consumen muchísima música para producir la propia y luego sintetizarla en códigos digeribles para su comunidad. En 2005 ‘el Miltón’ y mi hermano producían reggaetón en el computador de la casa, para tirar shows en quinceañeros con ‘el Karol’.
Puede ser habladera de mondá mía, pero yo creo que pasó así en todos los lugares a los que el reggaetón llegó en su alba, no como el súper género popular que sonaba en todas las emisoras, sino como un movimiento alterno, del que algunos birriosos procuraban estar enterados de todo lo que pasaba, con medios de comunicación propios como Flowhot.net o las páginas de Myspaces.
Y fue después de que este proceso de síntesis se diera en suficientes lugares, que muchas más personas aceptaron al reggaetón como un medio de comunicación válido de sus valores; así se convirtió en un género popular. Era cuestión de tiempo para que el capital se diera cuenta de las nuevas redes de distribución y las aprovechara para su beneficio.
Pero ese no es el análisis que hacen los empresarios musicales de hoy, o por lo menos eso me parece a mí. Ellos ven los números, ellos ven la plata generada por el vallenato cachón o el reggaetón romántico. Entonces pretenden que las nuevas expresiones musicales dentro de su área de influencia se den en referencia a los productos masivos y no a los sentimientos de los artistas creadores.
Por ese camino se da un proceso de unificación en el que los nuevos artistas que trabajan en los sistemas formales de generación de riqueza se someten a los cánones de lo que “vende” y que, igual que con el ejemplo de los jabones, son consumidos por “baratos”, porque tienen una red de distribución totalizadora del consumo. A veces es más makia, generan utilidades con influencia tramoyera en las asociaciones de productores que recaudan las regalías por la divulgación músical y la reparten entre sus vales.
Pero en el camino de vender sus porquerías, van minando la relación emocional existente entre el género y la audiencia. La repetición de lugares comunes na’ má pa’ vendé, vuelve fastidioso el seguir escuchando. Los valores populares que una vez fueron comunicados a través del género se difuminan para fundirse en el interés de lucro de los nuevos empresarios de la industria musical, absolutamente ajenos a la cultura que vio nacer el movimiento.
En pocas palabras: aparece un artista, masifica el consumo de un cierto tipo de producto cultural, se proyecta como eventual generador de que cule monda e’ plata… Y aparecen como moscas los promotores a replicar procesos artísticos precedentes pretendiendo repetir el éxito logrado por otro. ¡Como si esta vaina fuera jabón!
La distorsión generada por el afán de hacer cada vez más billete, aleja a las personas de los productos culturales que una vez amaron, porque ya no son aquello que amaron, sino un cascarón vacío que se llena con lo que sea que vaya a “pegar”, hasta que ya no pega y se busca otro cuerpo para necrotizar.
Por eso es que yo creo que llegó el momento de apoyar el nacimiento de esos nuevos seres que más tarde serán asesinados por el consumo. Pero como el reggaetón sigue ahí, generando toneladas de dinero, quienes tienen la plata para dejar nacer lo nuevo, mejor la invierten en el casi-cadáver y no solo eso, sino que bloquean el nacimiento de los fenómenos emergentes.
Mientras tanto, quienes trabajan en lo que quiere nacer sobreviven como sea, porque las redes de distribución no los incluyen. Encima se les achaca la responsabilidad por la falta de difusión, sin tener en cuenta que durante casi año y medio no pudieron tocar en vivo, ni accedieron a los medios de comunicación, porque existen patines como el de la “payola” o personajes como el “patrón”.
De remate está tu vale el dios algoritmo, que se presenta a sí mismo como justo, porque tabula los datos de lo que la gente quiere, pero más bien se basa en lo que ha querido y no en lo que quiere en el momento. Esto podría en el largo plazo reducir el consumo, como parece que le está pasando a Facebook.
Ahora, los portadores de ese nuevo fuego tienen que compartir su tiempo de creación matando moñas con covers, trabajando de ingenieros de sonido, haciendo carimañolas o de profesores de alumnos que no respetan su tiempo.
Ustedes podrán decir que es embuste mía, pero el nacimiento de nuevos productos culturales beneficia la economía. Y esto porque, a diferencia de la compra de un jabón, que es una transacción autocontenida determinada por la necesidad de no oler a mierda, el consumo de un producto cultural no está atado a una necesidad vital.
“Comprar” un producto cultural ata a otros hábitos de consumo generados por él, como la relación que existe entre los lectores de literatura y el vino; los oyentes del Metal y las camisetas negras con nombres de bandas y calaveras; o los del vallenato con lo que compramos y hacemos quienes escuchamos vallenato.
Por eso, los más interesados en que se masifiquen otros productos culturales deberían ser los promotores. Yo a veces me pregunto cuántas personas que escuchan reggaetón tienen luca para comprar Gucci o Prada. Con el estilo de vida generado por el reggaetón, los más beneficiados fueron los fabricantes e importadores de mercancía bomba hecha en China. En Medellín se disparó el turismo con las referencias hechas a su ciudad por el reggaetón. Entonces puede que no sea solamente yo diciendo disparates, sino que algo hay en ‘el canto de la cabuya’.
Ojalá algún conglomerado le invierta a mis vales para que ya no les toque hacer las vainas que les tocan y para que en el país emerjan nuevos circuitos de generación de riqueza y reconocimiento artístico.
Por si no las conocías, aquí están los significados de las palabras en dialecto champetúo:
Bomba: (adj.). Cualidad de ser una copia no autorizada de una marca posicionada en el mercado.
Cule monda: expresión coloquial de número, implica una cantidad exorbitante del objeto en cuestión.
Levantar: (verb). Sinónimo de conseguir.
Luca: (sust.). Mucho dinero.
Makia: 1. (adj.) cualidad de ser muy perito en una actividad concreta, derivada del adjetivo maquiavélico. 2. (adj.) Peligroso o de origen delincuencial.
Marica: (sust.). Persona que no cumple con los estándares mínimos para el desarrollo de cierta actividad, es una expresión de la masculinidad tóxica que relaciona la idoneidad con la hombría.
Matar la moña: Expresión coloquial que hace referencia a una presentación musical en vivo en la que se ejecutan obras de artistas populares, tradicionalmente en bares y restaurantes. En inglés la expresión gig es equivalente.
Meke: (sust.). La capacidad extraordinaria poseída por un sujeto por designio divino.
Mondá: (sust.). Una incoherencia o una mentira.
Nimá: (sust.). Sustantivo impropio que hace referencia a una cosa indeterminada, pero determinable por el contexto. El plural es nimales.
Patín: (sust.) Sinónimo de vacile, pero diferente.
Parche: 1. (sust.). Una actividad de ocio acordada entre amigos.
Parchar: (verb.). Acción de disfrutar una actividad en particular. 2. (adj.). Cualidad que tiene una actividad de ser divertida.
Picó: 1. (sust.). Sistema de audio integrado por varios parlantes. 2. (sust.). Lugar en el que un sistema de audio en particular es usado habitualmente, que cuenta con espacio para bailar y se expenden bebidas alcohólicas.
Pillar: (verb.). Darse cuenta de.
Plena: (sust.). Sustantivo impropio que hace referencia a la verdad sobre el asunto en ciernes.
Vacile: (sust.). Una actividad realizada por una persona o grupo de ellas, con unas características específicas que la dotan de una particularidad que la identifica a ella o a las personas que la practican.
Vaina: (sust). Sustantivo impropio que hace referencia a una cosa indeterminada pero determinable por el contexto.
Vale: (sust.). Sinónimo de amigo o socio no tan cercano.
Imagen de portada a cargo de Andrés Arroyave. Lo pueden seguir en Instagram en este enlace: https://www.instagram.com/ulises_zine/