La participación de Colombia como país invitado a la 80 Feria Internacional del Libro de Madrid (España) desató una polémica entre críticos, estudiosos, lectores, y disgusto por parte de algunos escritores con el gobierno de Iván Duque. Entre las razones del debate se encuentra el argumento con que fueron elegidos quienes representan al país en uno de los eventos culturales más importantes del año en Europa. Ofrecemos el punto de vista de un colaborador habitual de El laberinto del Minotauro.
La decisión del gobierno Duque de invitar y excluir (lo primero siempre implica lo segundo) a ciertos escritores de hacer parte de la delegación nacional que representará a Colombia como país invitado a la 80 Feria Internacional del Libro de Madrid, a realizarse del 10 a 26 de septiembre, ha desatado polémica entre lectores, editoriales, e incluso escritores. Por ahora el pico más alto de la alharaca es un texto de Winston Manrique Sabogal, titulado “El gobierno de Colombia excluye a escritores prestigiosos…”. Quisiera hacer algunas precisiones sobre ese escrito tomando como punto de partida el que, a todas luces es su concepto nodal. Dice el señor Manrique:
‘El deber de un gobierno cualquiera es ser objetivo, divulgar, apoyar y resaltar lo mejor de ser del país al margen de las ideas políticas, censuras y sectarismos’. (…) ‘Neutro debe ser un gobierno frente a sus ciudadanos y su cultura’.
En primer lugar, casi todas las ideas expuestas por Manrique Sabogal en su escrito se desvanecen como humo si se tiene en cuenta la ingenuidad del planteamiento aludido, sencillamente porque lo que él piensa jamás ha existido ni existirá en la historia de la humanidad. Agradecería que alguien me mencionara un gobierno o gobernante que encaje como anillo al dedo en la pretensión de la cita que acabo de hacer. Es más, aclaro mi solicitud en forma de pregunta: desde Hammurabi el grande, hasta Iván Duque el pequeño, ¿qué estado ha satisfecho el ideal reclamado por Manrique? Los gobiernos nunca se han acercado ni se acercarán a la utopía (¿no será más bien una dis-topía?) de la cita. El arte y la política nunca han sido buenos vecinos, son como el agua y el aceite. La neutralidad en literatura y política jamás ha existido y solicitarla es una actitud de lameculos. Hasta un estudiante de primer semestre de estudios artísticos sabe que cualquiera de las genuinas manifestaciones del arte (pintura, literatura, música, etc.) nace y habita en los tugurios del orden y el poder, son lo excluido de lo que Wolfgang Iser denominó “sistema de sentido”. Por eso son su más terrible pesadilla, y todo artista de verdad un peligroso terrorista cuyas armas no son precisamente las bombas. Aterrizando lo anterior en el asunto en curso, tanto los escritores “excluidos”, como los “incluidos” en la lista “oficial” de Mincultura para asistir a la 80 Feria del libro de Madrid, hacen parte del juego sucio de un fugaz momento de nuestra historia cultural y política del cual nadie se acordará dentro de pocos días. Creo que los más interesados en que pronto se olvide son los intelectuales y escritores que fungen de comitiva presidencial en España. Según Mincultura, los invitados merecían la invitación, se la ganaron a pulso: ¿por qué contradecir y reclamar sobre eso? ¿Acaso no están ejecutando una “política de estado” para la cultura con sus mejores y más fieles exponentes? Pero el caso es que los “excluidos” también merecen su exclusión; sencillamente no acumularon el puntaje mínimo para ser invitados, no supieron ganarse la membresía para ese suculento tour cultural. ¡Pobrecillos! Les faltó lobby. ¿Será posible que haya quien se queje y lamente, considerando que invitar o no hacerlo son decisiones oficiales? Y siendo así, ¿qué motivos habría para ufanarse o llorar? La invitación no transformará en buenos a los malos escritores que vayan, tampoco hará que los buenos dejen de serlo por no ‘Morir en Madrid’. Más bien, los “incluidos” deberían estar muy preocupados preguntándose si es cierto lo que dijo de ellos el embajador de Colombia en España: que son “cosas neutras”. El verdadero problema aquí es el siguiente: ¿cómo es posible que al aceptar la invitación, de hecho estén asumiendo la condición de “cosa neutra” frente a uno de los gobiernos más sanguinarios, ferozmente violento e impopular de las últimas décadas? A menos que siempre lo hayan sido y solo ahora los estén diplomando. No recuerdo un solo pronunciamiento de ninguna de esas “cosas neutras” contra el mandato en curso, ni contra ninguno de los anteriores recientes. Silencio cómplice total. Por algo los invitaron. Ya los imagino histéricos a rabiar aplaudiendo al “presidente” durante el lanzamiento de su libro. Ojalá los medios tomen y manden muchas fotos del evento. En cuanto a los “excluidos”: ¿van a reclamar por no haber sido llamados a formar parte del haz de “cosas neutras”? ¿Van a gimotear por no estar en el acto de lanzamiento del libro de Duque? Si muchos presidentes colombianos fueron escritores, y hasta los hubo poetas, ¿por qué Ivancito iba a quedarse rezagado? Lo más triste es que según los abogados de oficio de los “excluidos”, entre ellos se hallan varias de las sensibilidades e inteligencias más brillantes del país desde mediados del siglo XX, entre poetas y narradores. ¡Celebro que estas cosas pasen! ¡Más claro no galla un canto!
En segundo lugar, el señor Winston Manrique dice en su escrito: “varios de los escritores ignorados por el gobierno de Iván Duque han expresado sus críticas a dicha administración y a las que las han precedido…”, dando a entender que esa ‘ignorancia’ es un castigo por haber sido críticos del gobierno. Disculpe Sr. Manrique pero, o usted tiene mala memoria, está mal informado, o está sesgando los hechos; en este caso, ¿por qué? La peste del insomnio con que García Márquez (él sí un escritor marginal; ahora no me digan era rico) simbolizó la amnesia, esa mortal pandemia de la insensibilidad nacional, no ha desaparecido. No voy a citar nombres para refutar su aserto porque hacer tal cosa en este país es meterse en problemas. Si no que lo diga Harold Alvarado Tenorio; por eso siempre he evitado hacerlo. Solo voy a recordar tres casos y “al que le caiga el guante que se lo chante”. En la lista que usted menciona hay alguien que en su momento se deshizo en aplausos para Uribe hasta que las manos le sangraron (después se arrepintió; tan lindo él); otro fue áulico furioso del ex-ministro de defensa de los falsos positivos, e invitado suyo cuando lo premiaron con un Nobel de Paz; otro (uno de los mayorcitos) fue “uña y mugre” de Belisario y Pastrana; el delfín, claro… ¿Críticos de ‘administraciones que han precedido a Duque’? Podría seguir, pero no vale la pena. Eso no significa que no hicieran lo que expresa la cita; no estoy negándolo. ¿Pero no existe la remota posibilidad de que como ocurrió con Cesar Gaviria entre finales de 2020 y mediados de 2021, tales “críticos” tuvieran motivos inconfesables para lucirse? Personalmente no creo que se den puntadas sin dedal en estos asuntos.
Tercero. Vuelvo a citar: “Todos ellos, y otros, han colocado a la literatura colombiana del siglo XX en primera línea y contribuido a ser tenida en cuenta por editoriales, críticos, expertos, profesores, y la prensa especializada mundial”. Sería injusto y necio negarlo. Incluso podría dar algunos títulos de mis preferencias por obras escritas por varios de los autores mencionados. Pero fiel a lo dicho atrás, en esta ocasión tampoco nombraré a nadie. Me limito a anotar lo siguiente. Como cualquier industria, la editorial también posee un marketing cuyo fundamento es vender, y funciona igual que con las pastas dentales, los jabones, el calzado… Hasta llegar a los celulares y automóviles. Como en tales casos, en literatura no todo lo que se ofrece es de buena calidad. Es más, no basta con que un relato esté bien escrito para que posea méritos artísticos. Lo que sí es cierto (con el perdón de los lectores desprevenidos) es que pocas personas conocen la diferencia entre decoro y decoración. Por eso los anaqueles de librerías y bibliotecas están llenos de tanta medianía. Todas las historias literarias, desde las locales hasta la universal están atiborradas de falsas glorias; eso no es ajeno a la Colombia de hoy. Al lado de ellas existen omisiones y silencios; eso también sucede en nuestro país en la actualidad. Como antes, podría dar nombres pero estoy seguro de que todos los escritores que mencionaría me mandarían a comer arequipe por abusar de mi amistad o del conocimiento que tengo de ellos y de sus obras trayéndolos como ejemplos de niños buenos ignorados por las editoriales de marca, por la crítica; en fin, por quienes son designados como “expertos” por Winston Manrique. Se sentirían ofendidos. Un escaño inferior, aparentemente trivial pero muy significativo por iniciático dentro del proceso que conduce a la cúspide del marketing de que hablo es el de los concursos y reconocimientos literarios encaminados a promover y premiar a escritores amigos de sus organizadores. También hay convocatorias editoriales con idéntico propósito. Son infinitas las trapisondas arqueológicas culturales que preceden a situaciones como la acontecida con la 80 Feria del libro de Madrid. Estoy seguro de que gran parte de la historia de la literatura colombiana desde mediados del siglo XX es como un río que desemboca aluvialmente en el evento madrileño. Lo que sucedió es la síntesis de lo que somos, en este caso, literariamente. Lo mismo podría decirse a nivel político, económico, social, si se analizara alguno de esos contextos partiendo de una circunstancia específica relacionada con cualquiera de ellos. Un ejemplo reciente: las protestas ciudadanas de los últimos cinco meses. Por todo lo anterior es aconsejable mucha prudencia al momento de valorar acontecimientos así. La indignación del samaritano Winston tomando partido cegado por la banalidad, puede terminar, como en efecto pasó, en simplezas deslucidas o lo que es peor, perdido en superficiales letanías sensibleras.
Por último, ni siquiera vale la pena responder las preguntas con que Winston Manrique cierra su emocionado, pero a la vez insulso alegato. Hacerlo implicaría reconocerle un mínimo de consistencia argumentativa, cuando carece de ella. Parafraseando a Porchia, su escrito se parece a la cáscara de un huevo: es frágil y vacío por dentro.