“Después de la desmovilización
paramilitar del 2007, pensamos que
ya íbamos a poder vivir tranquilos.
Ya no había ni guerrilla ni paramilitares.
Pero entonces en el 2008
Comenzaron a llegar todos los empresarios”.
Caminos Condenados (2016)
El 21 de febrero de 2020 se posesionó como nuevo director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) el historiador Rubén Darío Acevedo Carmona. Este hecho, lejos de pasar desapercibido, ha suscitado un fuerte debate, cargado de críticas al actual gobierno y una molestia muy grande, sobre todo, en organizaciones y movimientos sociales de víctimas del conflicto armado. Lo anterior, porque en la entidad pública que se encarga de aunar esfuerzos para «establecer y esclarecer las causas del conflicto, conocer la verdad y contribuir a evitar su repetición en el futuro«, se ha nombrado a un individuo que, desde su lugar como académico y en distintos foros de opinión, se ha caracterizado por negar la existencia del conflicto. De esta manera, la memoria de las víctimas ha quedado en manos, no ya de una persona, sino de una narrativa «oficial» que se empeña en no reconocer el conflicto armado y sus consecuencias como un fenómeno estructural.
Tal actitud del gobierno no ha sido bien recibida por los movimientos sociales de víctimas. De hecho, varias de estas organizaciones, tomaron la decisión de retirar un número significativos de archivos del CNMH que habían aportado como insumos para que se investigue y documente el conflicto armado, y así no haya olvido ni repetición.
¿Por qué las narrativas sobre el pasado (reciente) en un país como el nuestro son tan importantes? Porque lo que está en disputa, evidentemente, es el poder. Quién es capaz de controlar el pasado, tergiversa el presente y controla el futuro. Es decir, controlar el recuerdo de la historia es, como práctica del poder, uno de los dispositivos de convencimiento más importantes que sirven para asentar las claves de los relatos hegemónicos. Y, como lo ha dicho Antonio Gramsci, estos dispositivos de convencimiento son esencialmente culturales.
Los dispositivos culturales más potentes que permiten poner en tela de juicio las narrativas hegemónicas «oficiales» los encontramos en el entretenimiento: cine, series de T.V., cómics, etc. Artefactos culturales capaces de propagar el pensamiento crítico y reflexivo, en distintas capas de la sociedad, a una velocidad inimaginable.
Es por ello que el aporte de obras como Caminos condenados (2016), es invaluable. Con guion de Pablo Guerra, elaborado a partir de la investigación «Paisajes del despojo en Montes de María» de Diana Ojeda, y con dibujos de Camilo Aguirre y Henry Díaz, este cómic se atreve a abordar las consecuencias del conflicto armado en los territorios y en las relaciones sociales de quienes más se vieron afectados por la violencia (trabajando desde un lugar de enunciación muy importante: las víctimas), disputándole el terreno a las narrativas oficiales. En ese mismo sentido, logra reconocer los efectos del conflicto armado en las comunidades, incluso cuando oficialmente este ya ha «terminado».
Caminos condenados continúa la estela creativa de trabajos como Los Once, El Naya, El sabor de la vida, Tanta sangre vista que también mezclan la reflexión sobre la violencia en Colombia desde las viñetas, y a los que les han seguidos otras aproximaciones en obras como Palizúa, Sin mascar palabra, El resplandor de la noche, entre otras.
Por la pertinencia y relevancia del tema, recuperamos esta pequeña entrevista que le hicimos a la profesora e investigadora Diana Ojeda, quien es también co-guionista de Caminos Condenados (2016).
El Laberinto del Minotauro. ¿De dónde surgió la idea de Caminos condenados?
Diana Ojeda: De haber leído muchos comics de guerra. Siento que son una forma muy poderosa de poder contar esa historia. Yo había leído a Joe Sacco, a Marjane Satrapi (Persépolis), Maus, Gipi, Vals con Bashir, como distintas formas en las cuales las historietas servían para contar estas memorias de guerra; Pablo Guerra en ese entonces era mi pareja, trabajamos juntos y viajábamos, a veces, a los Montes de María y él es guionista de cómics, y empezamos a conversar y salió la idea de hacer una novela gráfica basada en la experiencia de Montes de María. Al principio era eso, tratar de volver novela gráfica cosas que yo ya había escrito académicamente; en el camino nos dimos cuenta de que no. Era muy poderoso poder usar ese lenguaje gráfico, trabajar directamente con la gente y logramos como ese puente con las personas y los artistas, que ellos fueran al campo. Siento que el resultado fue bonito. Es un libro que está en las librerías, no es académico, ni pesado. Mucha gente empezó a leerlo y a conectarse con él, a mí me pareció impresionante que cuando lo hemos trabajado con campesinos y campesinas en otros lugares de Colombia les suena inmediatamente; trabajé con ex-combatientes y sentían también que tenía todo el sentido (con ex-combatientes de las FARC). Después la Red de Bibliotecas lo terminó comprando para que estuviera en las bibliotecas públicas de Colombia; mucha gente que viaja afuera lo lleva, es decir, llegamos a espacios que no nos imaginábamos. Fue captando cada vez más y más un púbico que no nos esperábamos. También lo leen mucho en otros países.
E.L.M. ¿Qué crees que les permitió narrar el cómic que no le permite otro formato?
D.O. Yo lo que siento es que la narrativa gráfica es un lenguaje muy poderoso que permite contar la complejidad. Por ejemplo, el libro en particular tiene un montón de mapas dibujados de vistas aéreas que siento que son muy dicientes del nivel de la palma y del encierro de la palma (a la comunidad); como cuando el dibujante (esto lo hace Henry) pone la hoja de palma rayando el zinc y la onomatopeya del sonido de la palma con el zinc, siento que ahí también es muy poderoso, o como cuando Abel (un personaje) tapa el marcador y empieza a acordarse de todo lo que le pasó y no lo quiere dibujar, ese momento de silencio en el que él se derrumba, eso se puede decir en una viñeta, entonces, me gusta mucho eso del lenguaje gráfico y ojalá que podamos seguir usándolo en muchas cosas porque siento que si es muy poderoso.
E.L.M. En un momento del relato, están haciendo el ejercicio cartográfico y ponen a los personajes a imaginarse el futuro. Mirándolo en perspectiva, el tiempo que ha pasado desde que se publicó el cómic hasta acá, ¿crees que si hay un futuro diferente al futuro de la palma o cómo ves ese territorio con relación a ese tipo de extractivismo?
D.O. Hay una feminista peruana que se llama Rocío Silva Santiesteban que escribe sobre el extractivismo, y ella lo que dice es que el extractivismo se vuelve sentido común y que eso es parte del problema porque nos cierra las posibilidades de imaginarnos un mundo posextractivista. Es decir, nos dijeron que la minería era necesaria, que si no hay hidroeléctricas y no hay represas, entonces, no hay nada; ya nos vendieron que sin extractivismos no se puede. Ella dice que lo que hay que reconstruir es justamente un pensamiento posextractivista , y a mí eso me parece muy poderoso porque es cuando Lucía (en la vida real), la persona que está representada por Lucía, me dice, cuando estoy hablando con ella un día, “es que yo no quiero hablar más de palma”, el cansancio de hablar de la palma, porque es que hay otras cosas antes, después y más allá de la palma…
E.L.M. Antes de la entrevista nos comentabas que hay proyectos de un nuevo cómic. Cuéntanos un poco sobre eso.
D.O. Se llama Recetario de sabores lejanos, son ocho recetas que son ocho historias de despojo recogidas por Colombia. Hay una lindísima que es sobre Viuda de Bocachico que lo hace Alejandro Camargo, mi amigo y profe de la Universidad del Norte; es sobre el río San Jorge y sobre por qué cada vez menos se puede comer Viuda de Bocachico. Hay otro de Natalia Quiceno, ella habla de minería y del Tapado de Doncella en el Bajo Atrato. Hay otro muy ligado a la entrada de paramilitares al Magdalena medio, que es el caso de Las Pavas, esa es otra receta también de pescado; está una del Aguacafé, un café con limón en el paisaje cultural cafetero, y es sobre ese despojo que hace el patrimonio, cuando el paisaje cultural cafetero se vuelve el paisaje cultural, y cómo termina robándole la vida a campesinas y campesinos del lugar por el turismo y la patrimonialización; está el mío que es el Mote de Palmito, sobre los paramilitares y la guerra en los Montes de María; hay una hermosa de Sonia Serna y Aurora Casierra que es sobre la Bala, un plato de plátano y sobre un barrio que queda en el sur de Bogotá donde llegan muchas personas desplazadas de Tumaco; una historia sobre cómo la comida convoca a la gente y cómo tener que comprar el plátano en Bogotá daña es justamente esa comunalidad de la comida, el hecho de que la gente se reúne Y los vecinos llegan cuando uno cocina.
Cada capítulo es una receta, viene la receta y viene dibujado en dieciocho páginas la historia, pero, además, tendrá un capítulo de podcast donde uno puede saber un poquito más de donde sale esa receta, cómo el investigador o investigadora llegaron a ella.
Diana Ojeda es profesora asociada en sostenibilidad, ambiente y desarrollo en el Centro Interdisciplinario para Estudios sobre Desarrollo (Cider) de la Universidad de los Andes. Su investigación articula la ecología política, la geopolítica feminista y los estudios de la ciencia en el estudio de los conflictos socioambientales, en particular en relación con proyectos de conservación ambiental, mitigación del cambio climático y turismo de naturaleza. Su trabajo centrado en el Caribe Colombiano se enfoca en dinámicas y procesos de despojo, extractivismo agrario, securitización y formación estatal desde una perspectiva feminista. Diana Ojeda es economista e historiadora (Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia), y tiene una maestría y un doctorado en geografía (Clark University, Worcester, MA, Estados Unidos).