Título: Berlín. Edición integral
Guion y dibujos: Jason Lutes
Traducción: Óscar Palmer, Kike Benlloch
Edición: Astiberri Ediciones. Bilbao, 2020
Formato: Blanco y negro, y color. Rústica con solapas
El norteamericano Jason Lutes logra con Berlín dar vida a uno de los episodios más contradictorios de la historia del siglo XX: el ascenso del nazismo y la posterior llegada al poder de Adolf Hitler, en una nación que se consideraba una de las más cultas y abiertas de Europa, justo en medio de la transformación que posteriormente la historiografía llamaría la República de Weimar.
Seguramente el lector se estará preguntando qué tiene que ver una novela gráfica escrita y dibujada por un norteamericano sobre la sociedad alemana de la década de los años treinta del siglo pasado con nuestro país, así como la razón del nombre de esta reseña. Es muy simple, lo que experimentó la sociedad del “Imperio alemán”, la falta de confianza en las instituciones, la crisis económica que devino como consecuencia de la derrota en la Primera Guerra Mundial, su compleja y, desde los términos actuales, multicultural sociedad, así como la fragmentación política, se convirtieron en el caldo de cultivo para que los alemanes se dejaran llevar, cegados por las promesas basadas en un pasado victorioso y heroico por parte del NSDAP, o como lo conocemos hoy el Partido Nacionalsocialista alemán, y cometieran, como nación, el mayor crimen del siglo XX.
Es Berlín una obra dotada de un vigor y una sinfonía única: está diseñada para ser disfrutada tanto visual como intelectualmente. En sus páginas se tejen las vidas de una serie de ciudadanos alemanes de diferentes procedencias: Marthe Müller, la chica que huye del conservadurismo de su familia y ciudad; Kurt Severing, un periodista diletante que tarda demasiado en tomar partido en aquella sociedad que va tornándose día a día más convulsa; la tejedora Gudrum Braun y su familia que terminará fracturada como consecuencia de las diferencias políticas entre el NSDAP y el Partido Comunista; así como una serie de personajes secundarios, como los Cocoa Kids, un grupo afroamericano de jazz, la familia judía Schwartz, que tendrá un final desconcertante, y otros más que dotan a la historia de la una visión caleidoscópica única.
Los dibujos pertenecen a la tradición del cómic europeo y en ellos se destacan las líneas finas así como las grandes imágenes de la ciudad pobladas de detalles y perfección arquitectónica. Pero en ellos resalta, mucho más que lo ya mencionado, un aspecto que a un buen lector no puede pasarle por alto: los brazaletes y las banderas de los camisas pardas y otros personajes que representan al nazismo no tienen nunca la cruz gamada. ¿Por qué? En palabras del propio Lutes fue una decisión tan relevante para la obra en sí misma como para quien la disfruta: “Decidí no dibujar ninguna esvástica porque es un símbolo tan cargado de contenido que el lector reacciona automáticamente. En la época en la que transcurre Berlín, Hitler todavía no había llegado al poder y la esvástica no tenía la significación que tiene hoy. Las personas que decidieron apoyar a los nazis entonces eran por encima de todo personas y pretendo que el lector se fije más en sus razones que en el símbolo».[1]
Sí, lo hemos leído muy bien. El Berlín de la novela gráfica esta lleno de personas comunes, como nosotros, que intentan vivir sus peripecias personales en medio de un clima político viciado y sórdido que dará como resultado la mayor carnicería de la historia reciente, si no es que Rusia reemplaza este terrorífico lugar con su ocupación a Ucrania ahora mismo. Los personajes que Lutes decidió construir en la obra hacen una perfecta demostración de cómo una sociedad, pero en particular sus individuos, pueden llegar a transformar definitivamente el destino de una nación, y no para bien. Son así muchos los paralelos que se pueden establecer con la Colombia actual, dividida, como está, entre dos posturas antagónicas que se engullen así mismas y se necesitan recíprocamente para existir en tanto la una acusa y justifica sus acciones con su contraparte.
Son muchas las razones por las cuales deberíamos leer Berlín ya mismo, pero solo me detendré en dos, nada literarias por cierto, apelando a las necesidades sociales y políticas de los lectores. La primera, porque Colombia hoy atraviesa una situación harto parecida a la de la República de Weimar: altos índices de corrupción, inestabilidad política y social, una aguda crisis económica, así como una polarización total entre diferentes bandos. Los alemanes, por su parte, vivían en una sociedad multicultural y abierta que algunos vieron como una amenaza; nosotros, en una cuyas aperturas indican que estamos por el camino correcto de la razón y las igualdades, pero que para algunos son una muestra más del avance del comunismo (entendido esto literalmente solo por aquellos que aún creen que la Unión Soviética continúa existiendo) y la instauración de una sociedad atea. Además, los alemanes tuvieron un precedente vital que desembocaría en los campos de concentración y en las ominosas cámaras de gas: las luchas entre los diferentes grupos sociales, como se puede apreciar en la obra retratada de una manera cruel y vívida en la soledad y abandono de la joven Silvia, así como en la lucha entre los niños comunistas y los camisas pardas. Colombia no olvida aún las protestas sociales de los últimos años y los jóvenes desaparecidos que, todavía hoy, reclaman una justicia que los ha excluido y olvidado. ¿No será esta una solo razón para volcarnos en la lectura de Berlín con el ánimo de mirar, como en un espejo, las miserias de nuestro propio país para reflexionarlo y comprenderlo?
La segunda razón por la cual leer la obra de Lutes tiene que ver con nuestro contexto histórico: Rusia lleva ya casi dos meses atacando a la población civil, dejando a su paso miles de desaparecidos y muertos así como poco más de cuatro millones y medio de desplazados, y destruyendo la infraestructura de su vecina Ucrania. Pero esto no es lo más atroz. Lo peor es que, usando las mismas estrategias de la propaganda usadas por Joseph Goebbels durante el Tercer Reich, hoy difunde entre su población que la Tercera Guerra Mundial ha iniciado y las prensa oficial se enorgullece al decir que los ucranianos tendrán que reconstruir sus ciudades como parte de su proceso de “reeducación” para hacer parte de la sociedad rusa. Una exacerbación del pensamiento estalinista y del nazismo cuyas consecuencias ya todos conocemos por los libros de historia.
Con todo esto es claro que no se puede dejar pasar la oportunidad de leer Berlín. Sus hermosos dibujos, los bocetos finales que acompañan al texto, la entrevista con el autor y la cercanía de aquella sociedad alemana con la nuestra, hacen que leerla sea una oportunidad para darnos cuenta que somos, al final, miembros de una civilización que pierde toda su humanidad cuando las banderas de los extremismos y la polarización son tomadas por aquellos que se creen los elegidos, máximos representantes de una verdad que resulta, tan evanescente como absurda.
[1] Padilla, A. (19 de agosto de 2005). “Me gustan que las palabras y los dibujos tengan un peso equivalente”. En el siguiente enlace