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    Alien: Earth, el xenomorfo reivindicado y los nuevos señores de las moscas

    Antonio Enrique González RojasBy Antonio Enrique González Rojasoctubre 5, 2025Updated:octubre 5, 2025No hay comentarios7 Mins Read
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    Finalmente, tras los numerosos trompicones que conducían a la franquicia de Alien a una irremediable caída en picada en la rancia mediocridad, Noah Hawley (Fargo, Legión) llega para reivindicar la mitología del xenomorfo, desde una apasionada pero sardónica reimaginación. Al parecer ha provocado hasta que Ridley Scott se desespere por seguir expandiendo el callejón sin salida que es la bilogía Prometheus (2012)-Alien: Covenant (2017). Ya amenazó con filmar otro nuevo y casi seguro despropósito.

    Porque Scott es el responsable de lo mejor y lo peor de la franquicia. Le toca legar el batón a continuadores como Neill Blomkamp —a quien le frustró su proyectada secuela de Aliens (James Cameron, 1986)— y a Hawley, que sí pudo salirse con la suya y despojar a la mitología de toda la hojarasca que se le ha pegado a lo largo de los años. A la vez, optimizó muchos de sus mejores elementos, en detrimento de los peores.

    Es este un método probo en el quehacer audiovisual de este director y showrunner, que ya había cometido la “herejía” de reimaginar la mítica Fargo (Joel Coen, 1996) en todo un universo de sangre y prejuicio. Lo mismo hizo con la mitología de los X-Men, en su versión surrealista centrada en Legión, el hijo esquizofrénico del Profesor X.

    Con esta serie-precuela del Alien (1979) original, Hawley depura la mitología, sin temores a romper con la “coherencia” que demandarían las cintas previas, contrario a lo hecho por Fede Álvarez en Alien: Romulus (2024), que buscó conciliar los aciertos y desaciertos de Scott. Y peor aún, intentó seducir a las audiencias millennials con una panda de personajes poco atractivos y nada memorables.

    Hawley, por el contrario, apuesta por una mirada más arriesgada, que sin romper con los códigos audiovisuales de la televisión comercial, desplaza a la franquicia hacia el territorio de la ironía, llegando a frisar lo grotesco. Adultos con actitud de niños de 9 y 10 años de edad —los “híbridos”— están muy lejos de los jovenzuelos adictos a los reels de Instagram y los videos mínimos de Tik Tok.

    Alien: Earth enfatiza además en los que siempre han sido los verdaderos villanos: las corporaciones, sublimación de las ambiciones más irresponsables del ser humano. Y si vamos un poco más allá, se diría que la Humanidad es la gran villana de toda la franquicia, en su afán por poseer e instrumentalizar a todos los seres, fenómenos y fuerzas del universo.

    El xenomorfo ha encarnado siempre una fuerza incontrolable de la naturaleza, una moraleja amarga que corona la fábula de la existencia de los homo sapiens sapiens. Si se hurga demasiado en las honduras de la existencia, aparecerán cosas imposibles de domeñar.

    Lo mismo se aplica para los “híbridos” —los niños blindados— y los “sintéticos” que presenta la serie, en un temerario crossover con Blade Runner (Ridley Scott, 1982), satisfaciendo a los fans que siempre han deseado unificar universos. El sintético Kirsh, interpretado entrañablemente por Timothy Olyphant, poco disimula sus semejanzas con el shakespeariano Roy Batty (Rutger Hauer) del otro gran clásico legado por Scott al cine. Propone con no mucha sutileza un camino evolutivo iniciado por los incontrolables replicantes hacia los no menos impredecibles sintéticos. 

    Los híbridos, verdaderos debutantes de la franquicia, se presentan como  legatarios de mitologías japonesas como la de Ghost in the Shell de Masamune Shirow, adaptada al cine por primera vez por Mamoru Oshii en 1995, que propone mentes humanas enfundadas en cuerpos artificiales, abocados a una nueva condición. No son híbridos, son algo más, algo nuevo, para lo que aún no hay clasificación, como declara Marcy Hermit/Wendy hacia la conclusión del capítulo final de la primera temporada.

    Los “niños perdidos” que el ambicioso Boy Kavalier (Samuel Blenkin) —auto declarado avatar truculento del terrible Peter Pan— reúne en su versión de Nunca Jamás (Neverland), revelan que la gran fuerza natural que los seres humanos jamás podrán domeñar a su antojo es precisamente sus propias mentes. La herencia de los replicantes sediciosos liderados por Batty, resucita en Slightly (Adarsh Gourav), Smee (Jonathan Ajayi), Curly (Erana James), Nibs (Lily Newmark), mientras que Tootles (Kit Young) no tuvo oportunidad.

    La sorprendente identificación entre Wendy y el xenomorfo, que ha provocado tanto admiración como burlas entre los públicos, se explica por la condición marginal de ambos. La híbrida y el monstruo son enigmas, entelequias que la Humanidad no busca comprender, sino manipular a su antojo y en su beneficio. Así mismo ocurre con los replicantes de la tierra del 2019, ya retrofuturista, que intuyera Scott, que se rebelan contra su condición subalterna y buscan reivindicarse como seres sintientes, capaces de experimentar las más profundas emociones y afectos. Capaces de tener alma, como los autómatas de Ghost in the Shell.

    A la vez, Wendy se revela como una expansión de la naturaleza ambiciosa de los humanos, y su relación con el xenomorfo hace sospechar una manipulación más sutil, pero igualmente perversa, de este ser. Como humana “mejorada”, o pos humana, pero humana al fin y al cabo, Wendy parece haber optimizado no solo las virtudes humanas. Como es una niña sin condicionamientos morales, sin noción del bien y el mal, como no es un ser cultural sino más instintivo, remonta senderos peligrosos. Se declara gran señora de las moscas.  

    La distopía El señor de las moscas (Lord of the Flies) publicada en 1954 por  William Golding, y brillantemente adaptada al cine en 1963 por Peter Brook, se alza hacia el final de la temporada como la verdadera esencia de la historia urdida por Hawley. La relación explícita con Peter Pan y Wendy que establece Kavalier es una pátina más o menos noble que oculta la conexión más contundente con la incordiante novela de Golding.  

    Aquí Hawley hace otra de sus jugadas atrevidas: desplaza al xenomorfo, lo “reduce” a un animal furioso, casi lo mismo que un león que se escapó del circo o un toro que se fuga del ruedo en plena corrida. No es lo mismo que reducirlo a un bicho frágil como en Romulus. Ya no es una alegoría de lo desconocido y lo innominable lovecraftiano, sino un náufrago, un ser arrancado de su ecosistema —desconocido aun, pero posible. El miedo puede transmutar en compasión, si se es lo suficientemente sensible.  

    Alien: Earth exhibe además un primor retrofuturista que refresca las representaciones más comunes, atiborradas de hologramas y lentejuelas CGI. De todos los audiovisuales creados con posteridad a la tetralogía original, la serie es la más coherente y consecuente con la representación del siglo XX urdida en el remoto 1979. Nada de pantallas táctiles ni gráficos complejos, apenas unos “tablets” de pantallas analógicas. Computadoras pantagruélicas repletas de bombillos, teclados plásticos, paneles llenos de botones.

    Es un mundo recio, con una plúmbea uniformidad que remite sutilmente a las distopías clásicas como la 1984 de Orwell. Una era industrial que se siente cercana a la Metrópolis (Fritz Lang, 1927), aunque no tanto como la propia Blade Runner. Es un futuro que apesta a presente. Hiede a continuidad monótona de estas últimas décadas. El xenomorfo y sus carismáticos compañeros de infortunio —la Orquídea (Corps Flower), las moscas devoradoras de metal, las garrapatas, y el Ojo de pulpo o Pulpo cíclope— arriban a una tierra depredada e infestada por la peor de las criaturas.

    Frente a la humanidad corporativa, estos monstruos son un freak show ambulante, forzado a llegarse al peor de los villorrios para exhibir sus rarezas. Sus espeluznantes poderes no pueden hacer mucho contra el océano humano que los anega. Apenas llegarán a convertirse en mitos y serán eventualmente reducidos a monstruos que acechan a niños insomnes en las profundidades de los closets.

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    Antonio Enrique González Rojas
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    (Cienfuegos, Cuba, 1981). Periodista y crítico de arte. Textos especializados suyos aparecen en publicaciones como Rialta Magazine, La Gaceta de Cuba, Cine cubano: La pupila insomne, El Caimán Barbudo, Hypermedia Magazine, Altercine (IPS Cuba), Cine Cubano, Esquife, Noticias de Arte Cubano, Bisiesto (Muestra Joven ICAIC), Enfoco (EICTV), la revista del Festival de Cine de La Habana, y otras. Ha sido guionista de varios programas televisivos especializados en audiovisual como Lente Joven, Banda Sonora e íconos del celuloide. Ha integrado jurados de la prensa en eventos como el Festival de Cine de La Habana. Ha publicado libros de ficción y crítica de cine, entre los que se encuentran: Voces en la niebla. Un lustro de cine joven cubano (2010-2015) (Claustrofobias, 2016), Tras el telón de celuloide. Acercamientos al cine cubano (Primigenios, 2019). “Críticas, mentiras y cintas de video” (Oriente, 2023) y "100 películas a plazo fijo" (Casa Vacía, 2023)

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