*Este texto apareció por primera vez en El Muro de Nido de Libros, el blog literario de la Librería Nido de Libros. Publicado con autorización de la autora para la exploración literaria de #TerritorioLevanteÁrabe.
La literatura también fue víctima. Fue una de esas tantas expresiones artísticas y culturales de Palestina que fueron impactadas de manera transformacional por los aconteceres políticos, sociales y económicos del siglo XX y XXI. Su vasto corpus literario alcanzó cierta independencia de las demás literaturas del mundo árabe, y un grado de sofisticación único. Las voces que narraban la experiencia palestina rápidamente alcanzaron gran popularidad, apoyo y solidaridad en todo el mundo árabe y más allá. A pesar de que Palestina no fue un epicentro de innovación y producción literaria como si lo fueron Egipto, Siria, Irak y el Líbano durante finales del siglo XIX y principios del XX, sus escritores de prosa y verso eventualmente contribuyeron a la evolución e innovaciones en la literatura árabe desde la segunda mitad del siglo XX.
La literatura palestina contemporánea logra narrar con detalle y precisión la historia de Palestina en una forma artística. La Nakba, o catástrofe de 1948, seguida por la Naksa, o retroceso de 1967, y las intifadas, o levantamientos populares de 1987 y del 2000, alteraron la producción creativa tanto en temáticas como en estilo, e inclusive su reproducción, tanto en la patria como en la diáspora. La Nakba determinó y sigue determinando desde dónde escribe el autor, en qué idioma lo hace, y además se convirtió en la razón de su ejercicio e inspiración. La catástrofe de 1948 también significó ese quiebre abrupto e inesperado con la forma de vida tradicional palestina y, paradójicamente, también cimentó las bases sobre las que se terminaría de consolidar la identidad nacional palestina moderna. Como afirmaría el poeta palestino druzo Samih al Qassim (1939-2014) quien fija su nacimiento real en 1948 puesto que las primeras imágenes que recuerdan son de ese año, todos sus pensamientos e imágenes surgen del número cuarenta y ocho.
La expulsión de dos tercios de la población palestina en 1948 -cuya mayoría era campesina- y los posteriores desplazamientos y dispersión de los palestinos por el mundo, junto con la imposibilidad de retornar a una patria, se convirtieron en los temas centrales y articuladores de la vida y las artes, de los oficios y de la cotidianidad de todos los palestinos. El temor a morir en el exilio, a nunca poder regresar a la patria, a olvidar a la Palestina que dejaron o a nunca conocerla, son sentimientos que informan constantemente los textos autores palestinos durante el siglo XX y contemporáneos; es como si se tratara de una urgente lucha por salvaguardar, recrear y reconstruir memoria histórica. En la década de los 70, ingresa con fuerza otro tema a la literatura palestina: la resistencia. Con el fortalecimiento e incremento de los movimientos de resistencia palestina, la poesía se convierte en un nuevo vehículo de lucha. De la resistencia y del acto de escribir se desprendía la noción de sumud, o resiliencia en árabe. Sumud es una forma de ejercer existencia activa, de cara a los intentos de expulsión de la patria, de la imposibilidad de vivir en ella. El sumud, y la Nakba, son al fin de cuentas centrales para las experiencias palestina. La estética para los palestinos efectivamente termina estando informada por lo político; la creatividad está siempre al servicio de atesorar y conservar una imagen idílica del hogar negado.
Es realmente ambicioso hacer un recuento exhaustivo de todos los escritores palestinos pos-1948, pero entre los de indispensable lectura, incluidos poetas, cuentistas, ensayistas e intelectuales, hay hombres y mujeres que desafiaron valientemente barreras sociales, políticas, de género. Y geográficas. Muchos aún nacidos en la diáspora siguen escribiendo en claes palestina, para Palestina. Entre ellos se encuentran: Jabra Ibrahim Jabra, Fadwa Touqan, Samira Azzam, Sahar Khalife, Samih Al Qassim, Mahmoud Darwish, Mourid Barghouti, Mu’een Bsesio, Ahmad Dahbour, Salma Khadra Jayuusi, Ibrahim Nassrallah, Emile Habibi, Tawfiq Zayyad, Ibrahim Touqan, Mai Sayigh, Tawfiq Sayigh, Susan Abulhaw, Ghada Karmi y Nathalie Handal. Por su puesto, Edward Said merece especial y detenida atención como precursor de los estudios poscoloniales con su obra “Orientalismo” (1978).
Palabras en/para las fronteras: Barghouti, Darwish y Kanafani
Los autores palestinos tanto de prosa como de poesía a lo largo de las décadas han imaginado y escrito sobre el fin de su exilio -tanto personal como colectivo-, y sobre el añorado retorno a su patria perdida, a sus aldeas despobladas y a sus vidas suspendidas. También escriben sobre las implicaciones de carecer de documentos de identidad, de pasaportes, de cómo son una nación sin Estado, y sobre aquella angustia existencial colectiva profunda que experimentan en los cruces fronterizos. Son las fronteras sitios de exclusión, pero también de integración e identificación por excelencia para los palestinos. Son también marcadores de identidad y de conciencia política; y a pesar de que las fronteras son cada vez son más porosas y fluidas en nuestro mundo, para los palestinos siguen siendo impenetrables. Representan esa dura dicotomía de una realidad exílica y una vida “normal”.
Las fronteras se han convertido en elementos primordiales y recurrentes de la literatura palestina contemporánea. Tal como afirma Rashid Khalidi en su tratado sobre la identidad palestina moderna, Palestinian identity (1997), “la quintaesencia de la experiencia palestina (…) sucede en una frontera, en un aeropuerto, en un checkpoint: en corto, en cualquiera de esas barreras modernas donde la identidad es chequeada y verificada”. Entre esas fronteras de difícil -o imposible- cruce para los palestinos, resalta el Puente Allenby, construido por los británicos y hoy bajo control israelí. Es el único que conduce directamente a Cisjordania y colinda con Jordania. Su paso es arriesgado, es duro y es sufrido. La interrogación somete hasta el espíritu más determinado, al turista y al nacional exiliado por igual. Las deportaciones son comunes; la distancia con la patria es corta pero larga a la vez. La escritora Suad Amiry, de la diáspora palestina, inclusive compara esa travesía con el viacrucis de Jesucristo.
En su primera obra en prosa “He visto Ramalá” (1997), Mourid Barghouti rememora el regreso a Palestina después de treinta años de exilio moviéndose entre capitales árabes y europeas. Cruzar el Allenby, que tiene tantos nombres diferentes para tantas personas, es más que cruzar un puente de madera. El Allenby es un puente que conecta a dos mundos, es ese infame checkpoint nacional que personifica las dinámicas del exilio y del retorno prohibido. Su condición de ser palestino es lo que lo ha obligado a permanecer fuera de Palestina, pero también aquello que lo está haciendo retornar a través de ese temido Puente, que ha sido capaz de mantener distanciada a una nación entera de sus sueños. Una vez cruza y emprende el camino hacia Ramalá, Barghouti reflexiona sobre la veracidad de sus memorias y cuestiona su propio conocimiento sobre la Palestina que había dejado hacía varios años para estudiar Literatura en Egipto, pero a la que no había podido regresar. Y en Egipto ahora quedaba su esposa Radwa y su hijo Tamim, también escritores, a la espera de su retorno. Otro retorno.
Barghouti también se pregunta si ha guardado una imagen idealizada de Palestina que realmente no existe y existe sólo porque perdió a Palestina; de hecho, le preocupa que su hijo piense que le ha descrito a otra Palestina durante su largo exilio. La realidad de él mismo como retornado también es confusa, pues al alcanzar “la tierra del poema”, se pregunta si es un visitante, un refugiado, un ciudadano o un invitado. Pero de lo que sí está seguro, es que nunca se es el mismo después del exilio. El exilio se asemeja a la muerte, significa adaptarse a un nuevo ambiente y también sentir repulsión por él, significa despertar rechazo o simpatía entre la gente por la condición de extranjero. Esa descripción de la condición de exiliado que hace Barghouti guarda relación con la que hace el poeta nacional palestino Mahmoud Darwish (1941-2008). Tras su partida, el famoso pintor palestino Ismael Shammout lo inmortalizaría afirmando “fuiste donde van todo y te quedaste donde se quedan los eternos”.
En una célebre entrevista, Darwish asegura que el exilio es tan fuerte dentro de él, que pueda que lo lleve consigo a (su) tierra. A pesar de fallecer en Texas, un mausoleo y museo en su honor se impone en las colinas de Ramalá, rodeado de cipreses y olivos. Su rol y legado han sido claves para la definición de la identidad palestina moderna. Fue de hecho la pluma de Darwish la encargada de redactar la Declaración de Independencia de Palestina en 1988 en clave poética y política. En su fructífera producción literaria, Darwish encontró un hogar en el exilio, un vehículo para reclamar su perdida aldea idílica, y una contundente forma de reclamar la relación tan intrínseca de su pueblo con su tierra. En su célebre poema “Carnet de Identidad”, escribe: “Mis raíces / su hundieron antes del nacimiento / de los tiempos, / antes de la apertura de las eras, / del ciprés y el olivo, / antes de la primicia de la yerba”. Pero sin poder volver a sus raíces, o a “su patria privada” en Galilea ya que las casas de su aldea de al-Birwa fueron destruidas para que los habitantes no volvieran, Darwish se pregunta en “La tierra se estrecha para nosotros”: “¿Adónde iremos después de las últimas fronteras? / ¿Dónde volarán los pájaros después del último cielo?”.
Darwish estudia en la Unión Soviética y luego ingresa a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1973. Debido a su afiliación y hasta 1995 gracias a los Acuerdos de Oslo, no puede regresar a Palestina. Estando en Beirut, en sus años de exilio impuesto, sobrevive a la invasión israelí de 1982 y decide contarlo en lo que sería su obra en prosa más importante. En su autobiografía “Memoria para el Olvido” (1987), las primeras páginas narran su anhelo por una tregua, de cinco minutos siquiera en medio de la guerra, los bombardeos y los misiles, para preparar su café: “Porque el café, la primera taza de café, es espejo de la mano. Y la mano que lo prepara revela el carácter del alma que le infunde movimiento. Porque el café es lectura pública del libro abierto del alma (…)”. Su intenso deseo e imaginación de una cotidianidad en paz, en familia, que choca con una normalidad anormal, se desliza hacia su célebre poema “A mi madre”: “Añoro el pan de mi madre, / el café de mi madre, el tocar de mi madre. / La infancia crece en mi día tras día, / y amo la vida, porque si muriera / me avergonzarían las lágrimas de mi madre”.
Los valores, las luchas y búsquedas universales son armoniosamente representados en los textos de otro gran referente de la literatura y el pensamiento político contemporáneo palestino: Ghassan Kanafani (1936-1972). En su famosa novela “Retorno a Haifa” (1969), Said y Saffiye emprenden un anticipado pero angustioso viaje desde su campo de refugiados en Cisjordania hacia su ciudad natal de Haifa luego de la apertura de fronteras que le sigue a la guerra de junio de 1967. La ilusión de un retorno completo se trunca al encontrar su casa ocupada por una mujer polaca judía y que su hijo bebé, a quién no pudieron rescatar durante la guerra en 1948, ha crecido para convertirse en un joven soldado más del ejército israelí. Kanafani le escribe a la separación forzosa de padres e hijos, al desplazamiento, a la resiliencia, y también al tráfico de personas. En su novela “Hombres en el sol” (1962), llena de simbolismos, relata la trágica historia de tres palestinos que, condenados a vivir sin pasaportes, cruzan camuflados el desierto con destino a la prometedora Kuwait en un camión, pero fallecen por el calor y la negligencia de su transportador.
Pero también hay optimismo, heroísmo y esperanza. En su aclamada obra de ficción “La vida secreta de Saeed: El pesoptimista” (1974), de corte satírico, y además catalogada como la sexta mejor novela árabe del siglo XX, Emile Habibi nos introduce la posibilidad de la existencia del “pesoptimista”, o mutasha’il. No solo introduce el tragicómico concepto, que surge de la mezcla de las palabras pesimista y optimista en árabe, sino que también propone una evolución de las formas tradicionales de ficción dentro de la literatura árabe. Asimismo, surgen constantemente nuevas historias donde lo personal es político y viceversa; debutan jóvenes escritores palestinos desde varios rincones del mundo y escribiendo en varios idiomas un solo lenguaje, el de sumud; y se crean nuevas iniciativas por salvaguardar la memoria y la patria, a través de las palabras. De hecho, desde el 2008, la UNESCO inscribió en su Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad la tradición de la hikaye, una expresión narrativa propia de las mujeres palestinas que comunica críticas sociales y de género.